Llegamos sobre las 10:30h a la estación de autobuses de Jaipur. Nos pedimos los cafés, que no son cafés, te, agua fría y decidimos ir andando al hostel y de paso íbamos viendo la ciudad.

Hacía un sol de castigo eso sí, por el camino paramos a probar una especie de arroz amarillo por 40 rupias (0’5€) que no habíamos probado antes. A mi me gustó, como todo.

Tras unos 40 min andando, pasando por un montón de puestos de comida, calles que parecían centrales y un mercado en el cual por 60 rupias (0’75€) compramos una piña y una sandía, llegamos al hostel que estaba bastante más apartado, en una zona de obras.

Como en todos los sitios de la India parecía ser, las fotos no coincidían mucho con la realidad, estaba sucio, con telarañas, polvo, el aire acondicionado no iba (al menos había ventilador), no habían toalla y el suelo del baño estaba lleno de hormigas.

Mucha suciedad en la calle

Incluso por la noche cuando estaba en el baño vi una especie de escolopendra enorme salir y meterse en un agujero, llamé a Carles cuando empezó a moverse rápido hacía mi y yo no sabía si era venenosa. Con la manguera del water intentamos ahogarla en la cisterna tras tirar de ella 3 veces.

Bueno, al llegar al hostel decidimos quedarnos las horas de sol más fuerte descansando y adelantando tareas del blog.

Sobre las 18h, cuando el sol bajó fuimos a ver un poco la ciudad de Jaipur. Nos pareció preciosa, había muchas más cosas que ver, todo de color arcilloso, edificios decorados muy bonitos, monos saltando por las casas, vacas, chanchos, cabras y mucha vida de puestos de comida a granel, librerias y otros comercios textiles.

Decidimos acercarnos a ver un edificio de una plaza, cuando nos paró un hombre hablándonos en español porque tenía una novia también de Valencia. Nos apuntamos su instagram no se por qué, parecía majo. Luego quiso quedar a tomar café con nosotros y que viéramos su empresa de joyas. Fue el primero de los muchos que nos paraban por la calle a hacerse fotos, vendernos algo, preguntarnos curiosidades o para quedar otro día a tomar té.

Flipábamos con esa curiosidad descarada que tenían de mirarnos fijamente sin disimulo, abordarnos por la calle y no guardar ninguna distancia física.

Por el camino al museo que decidimos ir, un tipo que iba con la moto se paró en seco al vernos y nos preguntó que si podía hacernos una pregunta que fue: por qué los europeos siempre pensamos que los indios solo querían pedirnos dinero.

Por nuestra experiencia de momento había sido así, en el sentido de pedirnos directamente o a través de ventas encubiertas.

Nos estuvo hablando un rato de los sitios europeos que había visto, de que le gusta la gente extranjera, que no se veían muchos desde el covid, pero que al resto como que los indios no les acababan, etc.

Nosotros le dijimos que no era nuestro caso, no nos dejó irnos hasta asegurarse de que Carles tenía bien apuntado su número y le funcionaba el WhatsApp. También nos dijo de quedar a intercambiar cultura.

Seguimos nuestra ruta cuando vimos un templo y un hombre nos recomendó que subieramos que era gratis y habían muy buenas vistas. Nos recibió con entusiasmo y nos presentó a su tío, que vivía allí y que el templo estaba abierto.

Nos abrió la puerta a un pasadizo que daba a las escaleras, eso es, un tío raro desconocido en India te abre un pasadizo y tu entras con total confianza. Las vistas, la verdad es que eran preciosas (aunque la siguiente foto no tanto, pero estábamos muy cansados)

Las vistas desde el templo

Cuando fuimos a bajar ya nos empezó a decir que tenían una tienda de cosas muy antiguas y un colega vendía plata auténtica muy muy barata. Nos dió mucho la brasa con eso, tanto que entre su tío y él nos tuvieron un buen rato secuestrados enseñandonos alfombras, colonias, pergaminos etc. Nos libramos de esa diciendo que teníamos que volver luego que ahora no. No queríamos que se hiciera tarde por la luz y por seguir adelantando faena.

De lo que no nos libramos fue de que nos acompañase a la tienda de su amigo el de plata que estaba por un callejón muy turbio, empezábamos a impacientarnos.

A Carles lo agarró y lo subió al primer piso, yo fingi hacerme daño en la rodilla para no subir las escaleras, si subiamos los dos estábamos perdidos mínimo otra media hora más.

El tío aún me insistió y me quiso subir en brazos pero tras fingir dos chasquidos de dolor, Carles bajó y nos alejamos de allí cojeando.

Cuando llegamos al museo, que también nos costó llegar por las fotos que nos pedían en el camino, pasamos por varios mercados.

Albert Hall Museum, Jaipur

Nos encontramos con otro que hablaba español, intentó llevarnos a algún lado, pero le dijimos que no hacía falta y también nos dijo de quedar otro día, estábamos ya muy saturados de los indios.

El camino mereció la pena, el palacio era precioso y ya casi sin luz con todo encendido estaba aún más bonito. Como se había hecho tarde, decidimos intentar ver otras cosas, pero ya sin luz tuvimos que dejarlas para otro día.

Intentamos tras gastar nuestra energía de todo el día, llegar a los puestos de comida de esa mañana para comer una cosa de pan que había visto, pero andamos mucho, no lo encontramos y estábamos cansados así que nos quedamos en otros puestos donde podíamos sentarnos también y nos pedimos arroz, pan, y un plato de salsa con tofu, nos costó unos 200 rupias (2’5€).

Nuestra cena en Jaipur

Allí era imposible entendernos con ellos, tuvieron que venir 4 para que consiguiera pedir. Aunque fue peor en la tienda de dulces típicos a la que fuimos luego, que tuvimos que cambiar lo que queríamos pedir por no poder entendernos bien.

Íbamos a volver por 80 rupias (1€) en tuc tuc, cuando unos chicos que se acercaron a pedirnos fotos aparecieron con la moto y se ofrecieron a llevarnos. Carles no se lo pensó ya que le hacía ilusión probar el ir tres en moto y tras una locura de viaje y tráfico llegamos a la puerta del hotel.

Eso sí, antes el otro amigo que iba en otra moto nos quiso enseñar su casa y su coche. A la salida insistieron mucho en intercambiar los instagram y en que nos recogían a las 8 am para enseñarnos Jaipur. Le dijimos que no podíamos, que teníamos trabajo, que habíamos quedado con nuestro couchsurfing etc, pero o no nos entendía o no nos quería entender e insistían mucho.

Por instagram nos volvió a repetir que nos recogía a las 8h, se lo expliqué, cambió de hora, le volví a decir que no podíamos y quedamos en que ya hablaríamos. Otro de sus amigos empezó a decirme que estaba interesado en mí, que mi marido le caía bien pero que quería conocerme y que quedáramos.

Estábamos un poco saturados de ellos, son muy intensos y un poco atosigantes, entre eso y el tráfico tenemos ya la cabeza un poco como un bombo y pensamos en adelantar nuestra llegada a Nepal, pese a que Jaipur nos había sorprendido a bien.

Nos acostamos riéndonos un poco por lo surrealista que había sido él día tras además lo de la escalopendra del baño.

Autor

Experto en marketing y publicidad, profesor de secundaria, viajero y bloguero.

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